Por Maxi Olivera
Nos sumamos al homenaje a León Trotsky, a 72 años de su muerte a
manos de un sicario bajo ordenes de Stalin.
Varios homenajes se hicieron en la trotskosfera, acá, acá, y acá. Desde "Tucumán Arde" lo hacemos publicando este texto escrito por Trotsky en agosto de 1934.
Tras la crisis del '29 millones de obreros y campesinos norteamericanos fueron llevados a la miseria. La radicalización que surgió en los años posteriores hizo surgir un interés por las ideas del marxismo, interés al que Trotsky responde escribiendo "Si Norteamérica si hiciera comunista", un texto sencillo pero no por eso menos convincente, donde el gran revolucionario ruso reafirma su profunda convicción en un futuro comunista para la humanidad.
Hoy, al calor de la crisis internacional, se ve un gran despertar de las masas en diferentes partes del planeta; con un gran protagonismo de la juventud y con la clase obrera actuando a través de manifestaciones y huelgas generales. Hoy, luchar por una perspectiva comunista se vuelve un esfuerzo apasionante que tomamos en nuestras manos.
Varios homenajes se hicieron en la trotskosfera, acá, acá, y acá. Desde "Tucumán Arde" lo hacemos publicando este texto escrito por Trotsky en agosto de 1934.
Tras la crisis del '29 millones de obreros y campesinos norteamericanos fueron llevados a la miseria. La radicalización que surgió en los años posteriores hizo surgir un interés por las ideas del marxismo, interés al que Trotsky responde escribiendo "Si Norteamérica si hiciera comunista", un texto sencillo pero no por eso menos convincente, donde el gran revolucionario ruso reafirma su profunda convicción en un futuro comunista para la humanidad.
Hoy, al calor de la crisis internacional, se ve un gran despertar de las masas en diferentes partes del planeta; con un gran protagonismo de la juventud y con la clase obrera actuando a través de manifestaciones y huelgas generales. Hoy, luchar por una perspectiva comunista se vuelve un esfuerzo apasionante que tomamos en nuestras manos.
SI NORTEAMÉRICA SE HICIERA COMUNISTA
17 de agosto de 1934
Si Norteamérica se hiciera comunista como
consecuencia de las dificultades y problemas que el orden social capitalista es
incapaz de resolver, descubriría que el comunismo, lejos de ser una intolerable
tiranía burocrática y regimentación de la vida individual, es el modo de
alcanzar la mayor libertad personal y la abundancia compartida.
En la actualidad muchos norteamericanos consideran
el comunismo solamente a la luz de la experiencia de la Unión Soviética. Temen
que el sovietismo en Norteamérica produzca los mismos resultados materiales que
les trajo a los pueblos culturalmente atrasados de la Unión Sovietica.
Temen que el comunismo los meta en un lecho de
Procusto, y señalan el conservadurismo anglosajón como un obstáculo insuperable
hasta para encarar algunas reformas posiblemente deseables. Aducen que Gran
Bretana y Japón intervendrían militarmente contra los soviets norteamericanos.
Tiemblan ante la perspectiva de que los norteamericanos se vean regimentados en
sus hábitos de alimentación y vestido, obligados a subsistir con raciones de
hambre, a leer una estereotipada propaganda oficial en los periódicos, a servir
de simples ejecutores de decisiones tomadas sin su participación activa. O
suponen que tendrían que guardarse para sí sus pensamientos mientras alaban en
voz alta a los líderes soviéticos por temor a la cárcel o al exilio.
Temen la inflación monetaria, la tiranía
burocrática y tener que pasar por un intolerable papeleo “rojo” para obtener lo
necesario para vivir. Temen la estandarización desalmada del arte y la ciencia,
así como de las necesidades cotidianas. Temen ver la espontaneidad política y
la supuesta libertad de prensa destruidas por la dictadura de una monstruosa
burocracia. Y tiemblan ante la idea de tener que aceptar la volubilidad
incomprensible de la dialéctica marxista y una filosofía social disciplinada.
Temen, en una palabra, que la Norteamérica soviética se transforme en la
contraparte de lo que les han dicho que es la Rusia soviética.
En realidad los soviets norteamericanos serán tan
distintos de los rusos como lo son Estados Unidos del presidente Roosevelt* del
imperio ruso del zar Nicolás II. Sin embargo Norteamérica sólo podrá llegar al
comunismo pasando por la revolución, de la misma manera como llegó a la
independencia y la democracia. El temperamento norteamericano es enérgico y
violento, e insistirá en romper una buena cantidad de platos y en tirar al
suelo una buena cantidad de carros de manzanas antes de que el comunismo se
establezca firmemente. Los norteamericanos, antes que especialistas y
estadistas, son entusiastas y deportistas, y sería contrario a la tradición
norteamericana realizar un cambio fundamental sin que se tome partido y se
rompan cabezas.
Sin embargo, el costo relativo de la revolución
comunista norteamericana, por grande que parezca, será insignificante comparado
con el de la Revolución Rusa Bolchevique, debido a vuestra riqueza nacional y
población. Es que la guerra civil revolucionaria no la realiza el puñado de
hombres que está en la cúpula, el cinco o diez por ciento dueño de las nueve
décimas partes de la riqueza norteamericana; este grupito sólo podría reclutar
sus ejércitos contrarrevolucionarios entre los estratos más bajos de la clase
media. Aún así, la revolución podría atraerlos fácilmente demostrándoles que su
única perspectiva de salvación está en el apoyo a los soviets.
Todos los que están por debajo de este grupo ya
están preparados económicamente para el comunismo. La depresión hizo estragos
en vuestra clase obrera y asestó un golpe aplastante a los campesinos, ya
perjudicados por la larga decadencia agrícola de la década de posguerra. No hay
razón por la que estos grupos deban oponer alguna resistencia a la revolución;
no tienen nada que perder, por supuesto siempre que los dirigentes
revolucionarios se den hacia ellos una política moderada a largo alcance.
¿Y quién más luchará contra el comunismo? ¿Vuestra
“guardia de corps” de millonarios y multimillonarios? ¿Vuestros Mellons,
Morgans, Fords y Rockefellers? Dejarán de luchar en cuanto no consigan
quién pelee por ellos.
El gobierno soviético norteamericano tomará firme
posesión de los comandos superiores de vuestro sistema empresario: los bancos,
las industrias clave y los sistemas de transporte y comunicación. Luego les
dará a los campesinos, a los pequeños comerciantes e industriales, mucho tiempo
para reflexionar y ver qué bien anda el sector nacionalizado de la industria.
Es en este terreno donde los soviets
norteamericanos podrán producir verdaderos milagros. La “tecnocracia” sólo
será real bajo el comunismo, que sacará de encima de vuestro sistema industrial
las manos muertas de los derechos de la propiedad privada y las ganancias
individuales. Las más osadas propuestas de la comisión Hoover sobre
estandarización y racionalización parecerán infantiles comparadas con las
posibilidades abiertas por el comunismo nortemericano.
La industria nacional se organizará siguiendo el
modelo de vuestras modernas fábricas de automotores de producción continua. La
planificación científica se elevará del nivel de la fábrica individual al del
conjunto del sistema económico. Los resultados serán estupendos.
Los costos de producción disminuirán en un veinte
por ciento o tal vez más. Esto a su vez aumentará rápidamente la capacidad de
compra de los campesinos.
Por cierto, los soviets norteamericanos
establecerán sus propios gigantescos establecimientos agrícolas, que serán
también escuelas voluntarias de colectivización. Vuestros campesinos podrán
calcular fácilmente si les conviene seguir como eslabones aislados o unirse a
la cadena general.
El mismo método se utilizaría para incorporar a la
organización industrial nacional al pequeño comercio y a la pequeña industria.
Con el control soviético de las materias primas, los créditos y los suministros
estas industrias secundarias seguirían siendo solventes hasta que el sistema
socializado las absorbiera gradualmente y sin compulsión.
¡Sin compulsión! Los soviets norteamericanos no
tendrían que recurrir a las drásticas medidas que las circunstancias a menudo
impusieron a los rusos. En Estados Unidos la ciencia de la publicidad brinda
los medios para ganarse el apoyo de la clase media, que estaba fuera del alcance
de la atrasada Rusia, con su vasta mayoría de campesinos pobres y analfabetos.
Esto, junto con vuestro aparato técnico y vuestra riqueza, será la mayor
ventaja de vuestra futura revolución comunista. Vuestra revolución será más
suave que la nuestra; luego de resueltos los problemas fundamentales no
tendréis que derrochar energías y recursos en costosos conflictos sociales, y,
en consecuencia, avanzaréis mucho más rápido.
Incluso la intensidad y abnegación del sentimiento
religioso predominantes en Norteamérica no serán un obstáculo para la
revolución. Si en Norteamérica se asume la perspectiva de los soviets, ninguna
barrera sicológica será lo suficientemente firme como para demorar la presión
de la crisis social. La historia lo demostró más de una vez. Además, no hay que
olvidar que los mismos Evangelios contienen algunos aforismos bastante
explosivos.
En cuanto a los relativamente escasos adversarios
de la revolución soviética, se puede confiar en el genio inventivo de los
norteamericanos. Por ejemplo, podríais mandar a todos vuestros millonarios no
convencidos a alguna isla pintoresca, con una renta para toda la vida, y que se
queden allí haciendo lo que les plazca.
Lo podréis hacer tranquilamente porque no tendréis
que temer la intervención extranjera. Japón, Gran Bretaña y los demás países
capitalistas que intervinieron en Rusia no podrán hacer otra cosa que aceptar
el comunismo norteamericano como un hecho consumado. Y de hecho, la victoria
del comunismo en Norteamérica, la columna vertebral del capitalismo,
determinará que se extienda a los demás países.
Japón probablemente se unirá a las filas comunistas
antes de que se implanten los soviets en Estados Unidos. Y lo mismo se puede
decir de Gran Bretaña.
De todos modos, sería una idea loca enviar la flota
de Su Majestad británica contra la Norteamérica soviética, incluso contra el
sur de vuestro continente, más conservador. Sería inútil y nunca pasaría de una
incursión militar de segundo orden.
A las pocas semanas o meses de establecidos los
soviets en Norteamérica el panamericanismo sería una realidad política.
Los gobiernos de Centro y Sud América se verían
atraídos a vuestra federación como el hierro por el imán. Lo mismo ocurriría
con Canadá. Los movimientos populares de estos países serían tan fuertes que
impulsarían este gran proceso unificador en un brevísimo período y a un costo
insignificante. Estoy dispuesto a apostar que el primer aniversario de los
soviets norteamericanos encontraría al Hemisferio Occidental transformado en
Estados Unidos soviéticos de Norte, Centro y Sud América, con su capital en
Panamá. Por primera vez la Doctrina Monroe adquiriría un peso total y positivo
en los asuntos mundiales, aunque no el previsto por su autor.
Pese a los plañidos de algunos de vuestros
archiconservadores, Roosevelt no está preparando la transformación soviética de
Estados Unidos.
La NRA no pretende destruir sino fortalecer
los fundamentos del capitalismo norteamericano ayudando a las empresas a
superar sus dificultades. No será el Águila Azul, sino las dificultades que
ésta es incapaz de superar, lo que traerá el comunismo a Estados Unidos. Los
profesores “radicales” de vuestro trust de cerebros no son
revolucionarios; son sólo conservadores asustados. Vuestro presidente abomina
de “los sistemas” y “las generalidades”. Pero un gobierno soviético es el más
grande de todos los sistemas posibles, una gigantesca generalidad en acción.
Al hombre común tampoco le gustan lo sistemas ni
las generalidades. Será tarea de vuestros estadistas comunistas lograr que el
sistema produzca los bienes concretos que el hombre común desea: su comida, sus
cigarros, sus diversiones, su libertad de elegir las corbatas, la vivienda y el
automóvil que le gusten. Será muy fácil proporcionarle estas comodidades en la
Norteamérica soviética.
La mayoría de los norteamericanos están
desorientados por el hecho de que en la Unión Soviética hemos tenido que
construir industrias básicas enteras partiendo de la nada. Una cosa así no
podría suceder en Estados Unidos, donde ya os veis obligados a reducir las
zonas cultivadas y la producción industrial. De hecho vuestro tremendo aparato
tecnológico está paralizado por la crisis y exige ser puesto nuevamente en uso.
El punto de partida del resurgimiento económico podrá ser el rápido aumento del
consumo de vuestro pueblo.
Estáis más preparados que ningún otro país para
lograrlo. En ningún otro lado llego a ser tan intenso como en Estados Unidos el
estudio del mercado interno. Entra en las existencias acumuladas por los
bancos, los trusts, los hombres de negocios, los comerciantes, los viajantes de
comercio y los granjeros.
Vuestro gobierno soviético simplemente abolirá el
secreto comercial, combinará todos los descubrimientos de estas investigaciones
realizadas en función de la ganancia privada y los transformará en un sistema
científico de planificación económica. Para ello contará con la colaboración de
una numerosa clase de consumidores cultos y críticos. La combinación de las
industrias clave nacionalizadas, el comercio privado y la cooperación del
consumidor democrático producirá rápidamente un sistema sumamente flexible para
satisfacer las necesidades de la población.
Ni la burocracia ni la policía harán funcionar este
sistema; lo hará el frío, duro dinero.
Vuestro dólar todopoderoso jugará un rol
fundamental en el funcionamiento del nuevo sistema soviético. Es un gran error
mezclar la “economía planificada” con la “emisión dirigida”. La moneda tendrá
que ser el regulador que mida el éxito o el fracaso de la planificación.
Vuestros profesores “radicales” se equivocan
mortalmente con su devoción a la “moneda dirigida”. Esta idea académica podría
fácilmente liquidar todo vuestro sistema de distribución y producción. Esa es
la gran lección a extraer de la Unión Soviética, donde la amarga necesidad se
convirtió en virtud oficial en el reino del dinero.
La falta de un rublo de oro estable es allí una de
las causas fundamentales de muchas de las dificultades y catástrofes
económicas. Es imposible regular los salarios, los precios y la calidad de las
mercancías sin un sistema monetario firme. Tener un rublo inestable en un
sistema soviético es lo mismo que tener moldes variables en una fábrica que
trabaja en serie. No funciona.
Sólo será posible abandonar la moneda de oro
estable cuando el socialismo logre sustituir el dinero por un sistema de
control administrativo. Entonces el dinero será un vale común y corriente, como
el boleto del colectivo o la entrada al teatro. A medida que el socialismo
avance también desaparecerán estos vales; ya no será necesario el control, ni
en dinero ni administrativo, sobre el consumo individual; puesto que habrá
suficientes bienes como para satisfacer las necesidades de todos!
Aún no estamos en esa situación, aunque con toda
seguridad Norteamérica llegará antes que cualquier otro país. Hasta entonces,
la única manera de alcanzar ese nivel de desarrollo será mantener un regulador
y medidor efectivo del funcionamiento de vuestro sistema. De hecho, durante los
primeros años una economía planificada necesita, más todavía que el viejo
capitalismo, dinero efectivo. El profesor que regula la unidad monetaria con el
objetivo de regular todo el sistema económico es como el hombre que trató de
levantar ambos pies del suelo al mismo tiempo.
La Norteamérica soviética contará con reservas de
oro suficientes para estabilizar el dólar, lo que constituye una ventaja
invalorable. En Rusia hemos aumentado la producción industrial en un veinte y
un treinta por ciento anual; pero, debido a la debilidad del rublo, no pudimos
distribuir efectivamente este aumento. Esto en parte se debe a que le
permitimos a la burocracia subordinar el sistema monetario a las necesidades
administrativas. Vosotros os ahorraréis este mal. En consecuencia, nos
superaréis mucho, tanto en la producción como en la distribución, lo que
llevará a un rápido avance en el bienestar y la riqueza de la población.
En todo esto no necesitaréis imitar nuestra
producción estandarizada para nuestra pobre masa de consumidores. Recibimos de
la Rusia zarista una herencia de pobreza, un campesinado culturalmente
subdesarrollado y con un bajo nivel de vida. Tuvimos que construir las fábricas
y las represas a expensas de nuestros consumidores. Padecemos una inflación
monetaria contínua y una monstruosa burocracia.
Norteamérica soviética no tendrá que imitar
nuestros métodos burocráticos. Entre nosotros la falta de lo más elemental
produjo una intensa lucha por conseguir un pedazo extra de pan, un poco más de
tela. En esta lucha la burocracia se impone como conciliador, como árbitro
todopoderoso. Pero vosotros sois mucho más ricos y tendréis muy pocas
dificultades para satisfacer las necesidades de todo el pueblo. Más aún;
vuestras necesidades, gustos y hábitos nunca permitirían que sea la burocracia
la que reparta la riqueza nacional. Cuando organicéis vuestra sociedad para
producir en función de las necesidades humanas y no de las ganancias
individuales, toda la población se nucleará en nuevas tendencias y grupos que
se pelearán unos con otros y evitarán que una burocracia todopoderosa se imponga
sobre ellos.
Así la práctica de los soviets, es decir de la
democracia, la forma más democrática de gobierno alcanzada hasta hoy, evitará
el avance del burocratismo. La organización soviética no puede hacer milagros;
simplemente debe reflejar la voluntad del pueblo. Entre nosotros los soviets se
burocratizaron como resultado del monopolio político de un solo partido,
transformado el mismo en una burocracia. Esta situación fue la consecuencia de
las excepcionales dificultades que tuvo que enfrentar el comienzo de la
construcción socialista en un país pobre y atrasado.
Los soviets norteamericanos estarán llenos de
sangre y vigor, sin necesidad ni oportunidad de que las circunstancias impongan
medidas como las que hubo que adoptar en Rusia. Por supuesto, los capitalistas
que no se regeneren no tendrán lugar en el nuevo orden. Resulta un poco difícil
imaginarse a Henry Ford dirigiendo el soviet de Detroit.
Sin embargo, es no sólo concebible sino inevitable
que se desate una gran lucha de intereses, grupos e ideas. Los planes de
desarrollo económico anuales, quinquenales y decenales; los esquemas de
educación nacional; la construcción de nuevas líneas básicas de transporte; la
transformación de las granjas; el programa para mejorar la infraestructura
tecnológica y cultural de Latinoamérica; el programa de comunicación espacial;
la eugenesia, todo esto suscitará controversias, vigorosas luchas electorales y
apasionados debates en los periódicos y en las reuniones públicas.
Pues en Norteamérica soviética no existirá el
monopolio de la prensa por parte de los jefes de la burocracia como en la Rusia
soviética. Nacionalizar todas las imprentas, las fábricas de papel y las
distribuidoras sería una medida puramente negativa. Significaría simplemente
que al capital privado ya no se le permite decidir qué publicaciones sacar,
sean progresivas o reaccionarias, “húmedas” o “secas”, puritanas o
pornográficas. Norteamérica soviética tendrá que encontrar una nueva
solución al problema de cómo debe funcionar el poder de la prensa en un régimen
socialista. Podría hacerse sobre la base de la representación proporcional a
los votos en cada elección a los soviets.
Así, el derecho de cada grupo de ciudadanos a
utilizar el poder de la prensa dependería de su fuerza numérica; el mismo
principio se aplicaría para el uso de los locales de reunión, de la radio,
etcétera.
De este modo la administración y la política de
publicaciones no la decidirían las chequeras individuales sino las ideas de los
distintos grupos. Esto puede llevar a que se tenga poco en cuenta a los grupos
numéricamente pequeños pero importantes, pero implica la obligación de cada
nueva idea de abrirse paso y demostrar su derecho a la existencia.
La rica Norteamérica soviética podrá destinar mucho
dinero a la investigación y a la invención, a los descubrimientos y
experimentos en todos los terrenos. No dejaréis de lado a vuestros audaces
arquitectos y escultores, a vuestros poetas y filósofos no convencionales.
En realidad, los yanquis soviéticos del futuro
dirigirán a Europa en los mismos terrenos en los que hasta ahora Europa ha sido
su maestro. Los europeos tienen una idea muy pobre de cómo puede influir la
tecnología en el destino humano y adoptaron una actitud de despreciativa superioridad
hacia el “norteamericanismo”, particularmente a partir de la crisis. Y sin
embargo el norteamericanismo marca la verdadera línea divisoria entre la Edad
Media y el mundo moderno.
Hasta ahora en Norteamérica la conquista de la
naturaleza ha sido tan violenta y apasionada que no habéis tenido tiempo de
modernizar vuestras filosofías o de desarrollar formas artísticas propias.
Hasta ahora habéis sido hostiles a las doctrinas de Marx, Hegel y Darwin. La
quema de los trabajos de Darwin por los bautistas de Tennessee es sólo un
pálido reflejo del rechazo de los norteamericanos a las doctrinas
evolucionistas. Esta actitud no se limita a vuestros pulpitos. Todavía es parte
de vuestra conformación mental.
Tanto vuestros ateos como vuestros cuáqueros son decididamente
racionalistas. Y ese mismo racionalismo está debilitado por el empirismo y el
moralismo. No tiene nada de la implacable vitalidad de los grandes
racionalistas europeos. Por eso vuestro método filosófico es más anticuado
todavía que vuestro sistema económico y vuestras instituciones políticas.
Hoy, bastante poco preparados para ello, os veis
obligados a enfrentar las contradicciones que sin que se lo sospeche surgen en
toda sociedad. Conquistasteis a la naturaleza con las herramientas que creó vuestro
genio inventivo sólo para encontraros con que vuestras herramientas destruyeron
todo excepto vuestras personas. Contrariamente a todas las esperanzas y deseos,
vuestra riqueza sin precedentes produjo desgracias sin precedentes.
Descubristeis que el desarrollo social no sigue una simple fórmula. Entonces os
visteis arrojados en la escuela de la dialéctica, para quedaros allí.
No hay modo de volverse atrás, a la forma de pensar
y actuar predominante en los siglos XVII y XVIII.
Mientras los majaderos románticos de la Alemania
nazi sueñan con restaurar la pureza original, o mejor dicho la inmundicia
original de la vieja raza de la Selva Negra europea, vosotros, norteamericanos,
luego de dar un firme salto en vuestra economía y en vuestra cultura, aplicaréis
genuinos métodos científicos al problema de la eugenesia. Dentro de un siglo,
de vuestra mezcla de razas surgirá un nuevo tipo de hombres, el primero en
merecer el nombre de Hombre.
Y una profecía final: ¡en el tercer año de gobierno
soviético en Norteamérica, ya no mascaréis goma!
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