Los
días 18, 19, 20, y 21 de febrero se realizó en el salón principal del Hotel
Bauen el seminario “La concepción de estrategia en el marxismo de León Trotsky”
coordinado por Emilio Albamonte, del que participaron más de 200 de los
principales dirigentes y cuadros del PTS de todo el país y delegaciones de la
Fracción Trotskysta-Cuarta Internacional (FT-CI) del Partido de Trabajadores
Revolucionarios (PTR-CcC) de Chile y de la Liga Estratégia Revolucionária
(LER-QI) de Brasil. Como bibliografía de base para la discusión se tomó el
libro de Trotsky Stalin,
el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Leninde
1928, así como “Lecciones de Octubre” y “El ‘tercer período’ de los errores de
la Internacional Comunista”.
Para
este número de La
Verdad Obrera entrevistamos a Emilio Albamonte, dirigente del
PTS y de la FT-CI sobre algunos de los principales debates que atravesaron las
cuatro jornadas del seminario.
LVO: El seminario comenzó con la pregunta sobre qué es
el marxismo ¿nos podrías contar brevemente en que consistió este punto?
EA: Partimos
de una definición analítica de qué es el marxismo a partir de cuatro
componentes. Por un lado, el marxismo como “concepción del mundo”, cuyo
fundamento más general es la dialéctica materialista. Es decir, la dialéctica
rescatada por Marx su cautiverio idealista y vuelta hacia mundo de la materia,
para la cual ni Dios, ni el Espíritu Absoluto, ni ningún demiurgo de la
Historia pueden ni tienen nada que hacer. Dentro de esta concepción marxista
del mundo, el materialismo histórico es la aplicación de la dialéctica
materialista a la sociedad humana y su desarrollo.
Por otro lado, el marxismo es una crítica científica a la economía
política y a través de ella a los fundamentos del capitalismo, cuya sistematización
fundacional fue realizada por Marx en El
Capital. Pero también es una crítica a la teoría política, al
contrario de quienes opinan que el marxismo solo cuenta como
apropiación-reproducción de filósofos anteriores como Rousseau. Contiene una
crítica de la política, del derecho y del Estado burgués, que no solo atraviesa
las principales obras de análisis político de Marx y Engels, sino el
propio El Capital,
y que posteriormente, al igual que en la crítica a la economía política fue
enriquecida y desarrollada por los “marxistas clásicos” del siglo XX y muy en
especial por León Trotsky con sus análisis del fascismo, la URSS, los
bonapartismos sui
generis en los países semicoloniales, que permiten entender
gobiernos como el Cárdenas o el de Perón, etcétera.
A su vez, el marxismo es una teoría de la revolución que partiendo
de las conclusiones más avanzadas de su época de surgimiento, a mediados del
siglo XIX, condensa la experiencia histórica de más de 160 años de lucha de la
clase obrera moderna. Una síntesis teórica de las lecciones estratégicas
fundamentales de la lucha del proletariado. Y en este sentido, como decía Lenin
“una guía para la acción”. Esto no significa que contenga un “manual de
procedimientos” que nos señale cómo actuar en todo tiempo y lugar, sino que el
conocimiento de la experiencia anterior lo que nos permite es justamente no
tener que pensar todo de nuevo cada vez que nos enfrentamos a una determinada
situación de la lucha de clases.
Acá llegamos a un cuarto aspecto del marxismo, que se relaciona
más con el arte que con la ciencia, un arte que a diferencia de otros no actúa
sobre una materia inerte sino sobre las relaciones humanas buscando la
destrucción de ciertas relaciones y la construcción de otras nuevas. Nos
referimos al arte de la estrategia; cómo decía Trotsky: “no puede aprenderse el arte de la
táctica y la estrategia, el arte de la
lucha revolucionaria, más que por la experiencia, por la crítica y la
autocrítica” (“Una escuela de estrategia revolucionaria”).
Estos cuatro componentes, el marxismo como concepción del mundo,
como crítica a la economía política y a la teoría política, como teoría de la
experiencia del proletariado, y como arte de la estrategia, tienen para nuestra
definición de marxismo una unidad inescindible. Estamos en las antípodas de lo
que discutían los neokantianos que las primeras diez “Tesis sobre Feuerbach”
eran científicas pero que la Tesis XI (donde Marx plantea “la transformación
del mundo”) era simplemente un imperativo moral. Para nosotros el marxismo es
justamente esta unidad, es una teoría de la práctica y un arte de la estrategia
fundado sobre bases científicas (entendiendo esta última, desde ya, no en su
estrecha y vulgar acepción positivista).
LVO: También en el seminario planteabas la necesidad
de desarrollar un marxismo con predominancia estratégica, ¿a qué te referías?
EA: La necesidad del desarrollo de un marxismo con predominancia
estratégica (la cual por supuesto es inescindible del programa) parte
justamente de la unidad entre los elementos que señalaba antes, que llevan a
concebir al marxismo como una teoría orientada a hacer la revolución.
Hasta la III Internacional el concepto de estrategia era
prácticamente ajeno al marxismo. Se discutía en términos de táctica, no había
diferenciación entre uno y otro concepto. Sobre este punto quiero traer algunas
citas que tomamos en el seminario. En el Stalin, el gran organizador de derrotas, Trotsky
señala como en la época de la II Internacional “la labor estratégica se reducía a nada, se disolvía en el
‘movimiento’ cotidiano con sus fórmulas cotidianas de táctica. Solo la III
Internacional restableció los derechos de la estrategia revolucionaria del
comunismo, a la cual subordinó completamente los métodos tácticos”.
Esto no era casual, tenía que ver con la entrada en lo que Lenin llamó la
“época de crisis, guerras, y revoluciones” y con la enorme experiencia
adquirida a partir de revolución de octubre, y en general con los grandes
enfrentamientos entre revolución y contrarrevolución que se sucedieron.
Trotsky señala esto para introducirse en una de las críticas
fundamentales que le hará al proyecto de programa redactado por Bujarin para el
VI Congreso de la Internacional Comunista. Trotsky parte de reconocerle a
Bujarin que bajo el título “La ruta hacia la dictadura del proletariado” por lo
menos incluyó en el programa una parte referida a la estrategia, pero a renglón
seguido le plantea que “en
lo que concierne a los problemas estratégicos, propiamente dichos, el proyecto
se limita a dar modelos apropiados para las escuelas primarias”,
como por ejemplo “Conquistar
(?), influenciar en vastos círculos de trabadores en general…”. Es
decir, frases generales para todo tiempo y lugar. Y luego agrega que “se examina el problema fundamental del
programa, es decir, la estrategia del golpe de estado revolucionario (las
condiciones y los métodos para desencadenar la insurrección propiamente dicha,
la conquista del poder) con aridez y parsimonia [...] se consideran los grandes
combates del proletariado sólo como acontecimientos objetivos, como expresión
de ‘la crisis general del capitalismo’, y no como experiencia estratégica del
proletariado”.
Es decir, mientras que Trotsky consideraba que la estrategia (las
condiciones y los métodos) para la conquista del poder es el problema
fundamental del programa que solo puede ser analizado a la luz de las lecciones
de las principales batallas de la clase obrera; para Bujarin estos combates
solo contaban como una expresión de la crisis general del capitalismo.
Esto nos lleva a la relación entre estrategia y programa. Trotsky
le da una importancia fundamental a la estrategia, a la que entiende como algo
que no es reductible a los objetivos y los fines que se establecen en el
programa. La diferencia refiere a la que existe entre “qué pretendemos
conquistar”, pregunta propia del programa, y “cómo nos proponemos
conquistarlo”, pregunta propia de la estrategia.
Que sean dos elementos diferenciados no significa para Trotsky que
sean escindibles, sino todo lo contrario. Una estrategia sin programa se reduce
a una técnica cualquiera, pero un programa que no examina la estrategia es “un
documento diplomático”. Trotsky justamente considera su profunda relación
cuando sostiene que el examen de los problemas de estrategia es una de las partes
fundamentales de cualquier programa que se precie de revolucionario. Es por
esto que en el seminario desarrollamos el estudio de los problemas
fundamentales de táctica y estrategia.
LVO: ¿Esto no está claro hoy? ¿En qué consiste la
actualidad de este debate?
EA: Tenía razón Perry Anderson cuando en su libro Consideraciones sobre el marxismo
occidental planteaba que uno de los problemas fundamentales
del marxismo en la pos Segunda Guerra Mundial había sido el divorcio
estructural entre teoría y práctica. Anderson desarrolla fundamentalmente la
crítica a lo que denomina “marxismo occidental”, donde señala no solo la
reclusión de los teóricos en las Universidades mientras que los PC dominaban la
arena política, sino el desplazamiento de las propias temáticas desde la
economía y la política hacia la filosofía y la estética o las superestructuras
culturales. De conjunto en este escenario los problemas de la estrategia
quedaban fuera del campo de lo pensable.
Pero también es importante señalar la debilidad que desde este
punto de vista tuvieron las propias corrientes que se reivindicaban del
trotskismo. La media general consistió en relegar el desarrollo teórico del
marxismo y en que no se produjeron obras importantes. Se tenga la opinión que
se tenga sobre sus obras, hubo excepciones como Issac Deutscher, Román
Rosdolsky, o el propio Ernst Mandel. Pero tampoco éstos se pararon sobre los
hombros de Trotsky en tanto estratega para formular una nueva síntesis capaz de
nuevos desarrollos de la estrategia marxista. Más bien lo que primó fueron
corrientes que sostuvieron el programa revolucionario en general pero
subestimando gravemente la estrategia, quebrando la unidad entre programa y
estrategia. El resultado fue la adaptación a otras estrategias, como por
ejemplo la estrategia guerrillera que eran producto de revoluciones donde
primaba el peso del semiproletariado y el campesinado, dirigidas por
partidos-ejércitos; revoluciones triunfantes que expropiaban a la burguesía
constituyendo nuevos Estados obreros pero que desde su misma génesis nacían
burocratizados.
El internacionalismo que dominó la estrategia revolucionaria de la
III Internacional en sus primeros años dejaba su lugar al “tercer mundismo” en
la periferia, a la adaptación a los Partidos Comunistas en el centro, y en el
caso de los Estados obreros, se extendió aquello que Trotsky planteaba en su
crítica al programa de la Internacional Comunista en el ’28, que: “La nueva doctrina dice: puede
organizarse el socialismo en un Estado nacional a condición de que no se
produzca una intervención armada. De ahí puede y debe desprenderse una política
colaboracionista hacia la burguesía del exterior, a pesar de todas las
declaraciones solemnes del proyecto de programa”.
La derrota del ascenso iniciado en 1968, y la ofensiva
imperialista de las tres décadas que le siguieron, no hizo más que profundizar
la ausencia generalizada de un pensamiento estratégico en el marxismo
revolucionario.
El desarrollo de los problemas de estrategia, que para Trotsky era
uno de los principales logros de la III Internacional, hoy, hasta en corrientes
que se reivindican trotskistas pareciera ser una especie de excentricidad.
Este tipo de posturas no pueden contrastar más a la hora de ir a
la lectura de Trotsky. Por ejemplo, cuando cuenta: “Un numeroso grupo de personas, reunido en torno a la
sociedad de ciencias militares, emprendió en 1924 una obra colectiva para
elaborar las normas de la guerra civil, es decir, una guía marxista sobre los
problemas de los choques directos entre clases y de la lucha armada por la
dictadura. Sin embargo, este trabajo chocó pronto con la resistencia de la
Internacional Comunista (esta resistencia formaba parte del sistema general de
lucha contra el trotskismo), después se liquidó completamente esta actividad.
Sería difícil concebir un acto realizado a la ligera más criminal que este”
(Stalin, el gran organizador
de derrotas).
En el contexto de la crisis histórica
que atraviesa actualmente el sistema capitalista y partiendo de la debilidad
histórica del marxismo en el desarrollo de estos problemas desde la segunda
posguerra hasta acá, no solo es indispensable sino cada vez más apremiante el
desarrollo de un marxismo con predominancia estratégica.
LVO: El año pasado coordinaste un
seminario para el estudio del estratega prusiano Karl von Clausewitz y su obra
principal, De la Guerra. Ahora el tema fue el estudio de la concepción de estrategia en
el marxismo de Trotsky. ¿Cuál es la relación entre ambos seminarios?
EA: Este seminario es complementario
del que hicimos el año pasado. Sobre estos debates estamos escribiendo un libro
donde abordamos a algunos de los principales conceptos de los teóricos de la
estrategia militar, y en especial Clausewitz, así como los debates más
importantes de estrategia que hubo dentro del marxismo, donde sin duda la
figura de León Trotsky como estratega del proletariado tiene un lugar
fundamental.
Como señala Trotsky en una de las citas que leímos antes, fue muy
importante para la III Internacional la apropiación que hizo de determinados
conceptos de la teoría militar. A su vez, tanto de parte de Lenin como de
Trotsky hay una profunda apropiación, en particular, de muchos elementos del
pensamiento de Clausewitz, empezando por las propias definiciones de estrategia
y táctica. Pero de más está decir que esta apropiación se da en el marco de
profundas diferencias.
Por ejemplo, si bien Clausewitz tomó la revolución como fundamento
del cambio de época en lo militar y de la potencia del ejército napoleónico, el
Estado como unidad política y la “paz civil” en su interior fueron la base de
todos sus desarrollos estratégicos. La conceptualización sobre irrupción del
pueblo “con peso propio” lo distingue cualitativamente como estratega e
intérprete de las guerras napoleónicas. Sin embargo, nunca sobrepasó los marcos
de una reflexión de éste como una “masa de maniobra” capaz de desarrollar una
“intención hostil” en consonancia con la política del gobierno.
Nuestro punto de partida es radicalmente diferente. La política no
es para nosotros “la inteligencia personificada del Estado” como señalaba
Clausewitz, sino que está inescindiblemente ligada a la lucha de clases al
interior de las fronteras estales y a su vez tiene un carácter internacional. Y
fundamentalmente, como decía Trotsky “la
historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia
de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”
(Historia de la Revolución
Rusa). A diferencia del “pueblo”, que es el tercer componente de la
“trinidad” desarrollada por Clausewitz junto con “el gobierno” y “los generales
y sus ejércitos”, la clase trabajadora nunca puede ser pensada como “base de
maniobra” por el marxismo revolucionario. La historia de la lucha
revolucionaria de la clase obrera más bien se ha distinguido por su capacidad
de desarrollar organismos de autoorganización de tipo soviético. Ésta, así como
las relaciones entre estos organismos y el partido revolucionario, son las
grandes diferencias entre la “trinidad” elaborada por Clausewitz y la de “clase,
partido y dirección” que Trotsky desarrolla especialmente, por ejemplo, en el
“Clase, partido y dirección: ¿por qué ha sido vencido el proletariado
español?”.
Es ilustrativo como planteaba sobre este punto Trotsky que “En la acción, las masas deben sentir y
comprender que el soviet es su organización, de ellas, que reagrupa sus fuerzas
para la lucha, para la resistencia, para la autodefensa y para la ofensiva. No
es en la acción de un día ni, en general, en una acción llevada a cabo de una
sola vez, como pueden sentir y comprender esto, sino a través de experiencias
que adquieren durante semanas, meses, incluso años, con o sin discontinuidad”
(Stalin, el gran organizador
de derrotas).
No quiero desarrollar en profundidad estos puntos acá porque
entiendo que supera los objetivos de la entrevista pero de estos puntos se
desprenden toda una serie de diferencias que hacen justamente a la cuestión de
por qué el marxismo revolucionario no puede ser reducido bajo ningún punto de vista
a un mero militarismo.
Sobre esto último, y marcando las
diferencias entre el pensamiento militar convencional y el marxismo
revolucionario, Trotsky decía: “el
ejército es una organización de violencia, está obligado a combatir. Una
represión militar muy dura amenaza a los recalcitrantes. Ningún ejército puede
existir de otra manera. Pero en un ejército revolucionario la principal fuerza
motriz es su conciencia política, su entusiasmo revolucionario, la comprensión
de parte de la mayoría del ejército del problema militar que espera y de la
voluntad de resolverlo. ¡Cuánto importa esto a las luchas decisivas de la clase
obrera! No hay derecho a forzar a nadie a hacer una revolución. No existen
instrumentos de represión. El éxito no se basa más que sobre la voluntad de la
mayor parte de los trabajadores, en intervenir directa o indirectamente en la
lucha para ayudarle a vencer” (“Escuela de estrategia
revolucionaria”).
LVO: El Stalin, gran organizador de derrotas fue el texto principal que se
discutió en el seminario, del que señalaste varias citas a lo largo de la
entrevista, pero ¿por qué basarse en un texto de 1928 para el seminario?
EA: Aunque es cierto que varios de los
elementos que están planteados en este libro luego Trotsky los desarrollará
mucho más en obras posteriores, sin embargo, es muy interesante estudiar la
obra de Trotsky de estos años. Es una época repleta de fenómenos históricos de
gran trascendencia no solo por la existencia de la URSS y los procesos en su
interior, sino también por los múltiples procesos revolucionarios que se
desarrollan. El libro de Trotsky toma como punto de partida la derrota de la
revolución alemana de 1923 y los 5 años posteriores están llenos de lecciones
estratégicas. Con la III Internacional burocratizada, Trotsky va a ser el único
que encara en profundidad el balance de estos procesos enriqueciendo
enormemente el acervo estratégico del marxismo.
Es muy interesante ver la compleja relación que establece Trotsky
entre lo político y lo económico, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la
crisis capitalista, los momentos de estabilización y el papel que cumplen en
estos las derrotas de la clase obrera. Por ejemplo dice: “‘no hay situaciones absolutamente sin
salida’. La burguesía puede escapar de una manera duradera a sus
contradicciones más penosas únicamente siguiendo la ruta abierta por las
derrotas del proletariado y los errores de la dirección revolucionaria. Pero lo
contrario también puede suceder. No habrá nuevos progresos del capitalismo
mundial […] si el proletariado sabe encontrar el medio de salir por el camino
revolucionario del presente equilibrio inestable”. Es evidente que
Trotsky no puede estar más lejos de esas caricaturas que se hacen del marxismo
donde las crisis harían que el capitalismo “se caiga por sí solo”.
Durante el período que toma el libro se dan procesos fundamentales
como la revolución alemana del ’23, huelga general en Inglaterra en el ‘26, la
revolución China del ’25-’27.
El combate al ultraizquierdismo había posibilitado avanzar en la construcción
de un partido fuerte en Alemania, sin embargo, la revolución de 1923 muestra
que la dirección del partido alemán se había vuelto incapaz de deshacerse de la
rutina y de esta forma la táctica termina desplazando a la estrategia. Trotsky
es muy agudo en señalar este problema cuando dice que “La lucha cotidiana por conquistar las
masas absorbe toda la atención, crea su propia rutina en la táctica e impide
ver los problemas estratégicos que se deducen de las modificaciones de la
situación objetiva” (Stalin,
el gran organizador de derrotas).
En Inglaterra, la táctica del Frente Único deja de servir para
fortalecer la propia fuerza de los comunistas y conseguir aliados para la
vanguardia proletaria para convertirse en su contrario. El Comité angloruso con
las direcciones de las trade
unions deja de ser una coalición temporal para transformarse
en un acuerdo estratégico que lleva a la derrota del movimiento huelguístico
más importante de Inglaterra en el siglo XX. Otro tanto sucede en la revolución
China con la resolución de la IC que ordenaba al Partido Comunista Chino
subordinarse política y organizativamente a Chang Kai Chek, y luego a Wan Tin
Wei. Lo cual tuvo como consecuencia catastrófica la masacre de los comunistas
chinos a manos del Koumintang.
Trotsky justamente desarrolla críticamente este derrotero donde la
táctica termina subordinando a la estrategia, donde los acuerdo
circunstanciales como el Comité angloruso son transformados en alianzas
estratégicas.
Sin embargo, este curso oportunista no le impide a la burocracia
de la IC, combinarlo con salidas ultraizquiedistas. Después de haber dejado
pasar la situación revolucionaria alemana sin lucha, se lanza a acciones
ultraizaquierdistas como el atentado en la catedral de Sofía en el ’24. Lo
mismo en China, luego de que la vanguardia sufriese golpes fundamentales
producto de la política de subordinación al Koumintang, y para cubrir las
consecuencias de esta política, se lanza la insurrección en Cantón que, lanzada
a destiempo termina en una nueva derrota.
Un curso típico del centrismo que sostiene una política de derecha
que lleva a la derrota y una vez concretada ésta y modificada desfavorablemente
la relación de fuerzas, se lanza a aventuras ultraizquierdistas para cubrir las
consecuencias de sus propios actos.
Estos son algunos de los puntos por los cuales todo militante
serio debería revalorizar este texto de Trotsky, que luego continuará y
desarrollará en sus análisis sobre asenso del fascismo en Alemania, sobre la
revolución española, etcétera.
Estas elaboraciones son de suma importancia ya que muestran
claramente al Trotsky estratega que ha sido reducido muchas veces por gran
parte de las organizaciones que se reivindican del trotskismo a una especie de
escolástica.
Y a su vez, muestran la superficialidad
de las reconstrucciones del marxismo del siglo XX como la que expone José Aricó
en sus lecciones del curso dictado en México en el ’77, recientemente
publicadas bajo el título Nueve
lecciones sobre economía y política en el marxismo, donde pareciera
que Trotsky muere junto con Lenin y en el ’24, deja de ser parte de la historia
del marxismo, lo cual demás está decir no alcanza la más mínima seriedad
teórica.
LVO: en el seminario, haciendo un paralelo
con ciertas discusiones de teóricos de la estrategia militar, hablabas de
teorías “combatocéntricas” ¿Opinás que este concepto puede ser utilizado para
la Teoría de la Revolución Permanente? En otras palabras, ¿es “combatocéntrica”
la Teoría de la Revolución Permanente?
EA: El término “combatocéntrico”
surge en realidad para describir el tipo de pensamiento estratégico que
inaugura Karl Clausewitz. Uno de los que lo toma es un intelectual del
imperialismo norteamericano especialista en Clausewitz que sostiene que “así como el sistema de Copérnico se
describe como heliocéntrico, también debemos pensar el sistema de Clausewitz
como combatocéntrico […] si tuviéramos que eliminar la lucha o la violencia del
sistema de Clausewitz este se derrumbaría” (A. J. Echevarría II,Clausewitz. Contemporary War).
Tomando esta acepción podríamos decir que la Teoría de la
Revolución Permanente en tanto teoría programa ligada a la estrategia en un
sentido es combatocéntrica y en otro no.
¿En qué sentido sí? En tanto teoría programa ligada a la
estrategia elaborada para la época imperialista. Lo es en el sentido que parte
de que las posiciones conquistadas sindicales, parlamentarias, etc., así como
los mismos aliados, y el tipo de organizaciones revolucionarias a construir
deben ser pensadas en función de su utilidad para el combate. En este sentido
la rutina de la táctica no debe hacernos perder de vista este elemento. La
burguesía obliga al proletariado a pensar en un marxismo de este tipo para
enfrentar masacres monumentales como las dos guerras mundiales, contrarrevoluciones
fascistas, sufrimientos inauditos producto de crisis como la del ’30 (que en su
profundidad es comparada con la crisis actual no solo por nosotros sino por
muchos de los analistas burgueses). En el Stalin, el gran organizador de derrotas, por
ejemplo, Trotsky desarrolla pormenorizadamente la relación entre una “posición”
como la que representa la conquista del poder en un país y la necesidad de
ponerla al servicio de la revolución internacional.
Sin embargo, no hay que confundir esto con el combate permanente.
Tampoco, desde luego, hay que confundir la Teoría de la Revolución Permanente
con que la revolución esté planteada en todo tiempo y lugar o con una especie
de voluntarismo.
La época imperialista con sus crisis y guerras plantea la actualidad
de la revolución proletaria. Dentro de la propia III Internacional hubo
sectores ultraizquierdistas que interpretaron la “actualidad” de la revolución
proletaria en la nueva época como sinónimo de “inminencia”, como fundamento
para la teoría de la “ofensiva revolucionaria” permanente. A una variación más
grotesca tuvo que enfrentarse Trotsky con el comienzo del “tercer período” y la
sanción como política oficial de la orientación ultraizquierdista de “clase
contra clase”. Como señalara Trotsky: “El
carácter de la época no consiste en que permite realizar la revolución, es
decir, apoderarse del poder a cada momento, sino en sus profundas y bruscas
oscilaciones en sus transiciones frecuentes y brutales” (Stalin, el gran organizador de
derrotas). Desde ya, estas características, estuvieron mediadas en
mayor o menor medida en cada una de las etapas en las que se dividió la época
de crisis, guerras y revoluciones, sin embargo, su comprensión nunca dejó de
ser fundamental.
Trotsky, en el mismo libro plantea como “Si no se comprende de una manera
amplia, generalizada, dialéctica, que la actual es una época de cambios
bruscos, no es posible educar verdaderamente a los jóvenes partidos, dirigir
juiciosamente desde el punto de vista estratégico la lucha de clases, combinar
exactamente sus procedimientos tácticos ni, sobre todo, cambiar de armas
brusca, resuelta, audazmente ante cada nueva situación”.
¿En qué sentido no es combatocéntrica
la Teoría de la Revolución Permanente? En tanto que es una teoría de la revolución
socialista internacional, y como tal incluye el aspecto militar (guerra civil,
insurrección, etc.) pero éste constituye solo una parte de un todo donde la
primacía es de la política. La Teoría de la Revolución Permanente parte de la
lucha de clases a escala nacional, que se desarrolla en el terreno
internacional y solo culmina con la centralización de las fuerzas productivas a
nivel internacional, con la extinción del Estado, las clases, la explotación y
la opresión. En este sentido, podemos decir parafraseando a Pierre Naville en
su prólogo a De la
Guerra, que es una teoría de la “política absoluta” en tanto
antítesis del concepto de Clausewitz de “guerra absoluta”. Es una teoría que
busca el fin de todo aquello que oficia de causa para las guerras.
LVO: Para terminar, podrías comentarnos
brevemente las conclusiones a las que llegaron en el seminario.
EA: Si, como decía, empezamos con una
definición analítica del marxismo, tratamos de llegar al final del seminario a
una definición sintética de lo que significa un marxismo con predominancia de
la estrategia.
Preferimos hacer hincapié en el marxismo como una corriente que
sintetiza la experiencia teórico-práctica del proletariado del último siglo y
medio. Un marxismo que plantea como medios estratégicos el derrocamiento del
Estado burgués y la creación de estados obreros transicionales, es decir
dictaduras del proletariado basadas en organismos de tipo soviético hasta
lograr la centralización y planificación de las fuerzas productivas a escala
mundial como fundamento material para crear una sociedad de productores libres
y asociados. Es decir, empezar a concretar el comunismo.
En nuestra definición los medios estratégicos (dictadura del
proletariado) y el objetivo o “fin político” (comunismo) que coincide con la
extinción del Estado, de las clases y de la explotación del hombre por hombre,
están indisolublemente ligados.
En el 2010 Paidós justamente publicó en castellano un simposio
“Sobre la idea de Comunismo”, organizado por Badiou y Zizek un año antes.
Nosotros estamos en las antípodas de lo que sostiene el filósofo francés Alain
Baudiou que: “la Idea
comunista es la operación imaginaria mediante la cual una subjetivación
individual proyecta un fragmento de lo real político en la narración simbólica
de una Historia […] Hoy es esencial comprender claramente que ‘comunista’ ya no
puede ser el adjetivo que califica una política”.
Cuando señalamos que la Teoría de la Revolución Permanente es una
teoría de la “política absoluta”, lo que queremos destacar es la ligazón
concreta que hay entre nuestro programa y nuestra estrategia con el “objetivo
político” del comunismo. Con esto no pretendemos acercarnos a las visiones
idealistas del estilo Tony Negri que postulan el comunismo “aquí y ahora” y que
se terminan adaptando a las variantes “progresistas” de la burguesía, sino todo
lo contrario.
Nuestra concepción está ligada a los conceptos de táctica y
estrategia. Tanto para Trotsky como para Clausewitz, mientras que la táctica es
la conducción de los combates aislados, la estrategia es la que liga esos
combates al “objetivo político”. Para nosotros el comunismo no representa una Idea
con mayúscula, ni una palabra vacía, sino nuestro “objetivo político” más
elevado. En tanto tal sostenemos que el marxismo revolucionario no debe perder
de vista este objetivo en el fragor de las batallas y conquistas parciales.
Esto no es para nosotros una consideración abstracta sino parte de
nuestro balance de la deriva, luego de la segunda guerra mundial, de las
corrientes que se reivindicaban trotskistas pero que sin embargo sostuvieron un
marco estratégico característico de la etapa según el cual el socialismo se
extendía a través de “revoluciones cualquiera” con “direcciones cualquiera”.
El gran valor de la teoría de la revolución permanente para
nosotros está justamente en este punto: el ser una teoría programa ligada a la
estrategia que pone las conquistas parciales, por ejemplo, la toma del poder en
un país en función del objetivo de la revolución mundial y del proceso de
cambios sociales, políticos, y culturales que luego de la toma del poder se
orienten a la extinción misma del estado, las clases, la explotación y la
opresión, e incluso del propio marxismo. Como señala Terry Eagleton en la misma
compilación: “El socialismo
es un proyecto que se deroga a sí mismo. Esta es una de las razones por las
cuales ser socialista no tiene nada que ver con ser judío o musulmán. El
marxismo mismo pertenece a la época de la prehistoria. En una sociedad
comunista, su tarea es desvanecerse lo más pronto la decencia se lo permita”.